Una buena corrida de Antonio Bañuelos propició el triunfo de los tres toreros en la localidad segoviana. Los tendidos vibraron con la raza y la clase de Cayetano, que reaparecía tras su lesión de costillas, el toreo poderoso de Emilio de Justo y un Javier Cortés que sigue conquistando plazas con la verdad de su toreo.
Los aficionados de Nava de la Asunción vivieron una gran tarde de toros. A pesar de la lamentable baja de Pablo Aguado, los tendidos se cubrieron en tres cuartas partes del aforo permitido y terminaron entregados al buen toreo que se desplegó en el ruedo de principio a fin.
El primero en dar un aldabonazo fue Emilio de Justo, encargado de sustituir al lesionado Aguado, y su toreo fue tan sólido como siempre. La faena al segundo de la tarde resultó soberbia, tanto por el mando que imprimió, como por el gusto con el que toreó. El toro no fue fácil, pues, aunque tuvo nobleza, su falta de cuello le impidió humillar con naturalidad, por lo que le costó embestir con clase. Pero la autoritaria muleta del extremeño le obligó a pasar sin derrotar. La última serie de naturales, citando de frente y a pie justo, fue tan monumental como el espadazo con que lo despenó. Y, si el acero hubiera funcionado igual de bien con el quinto, otras dos orejas habrían caído con justicia, pues el toro, que se quiso rajar muy pronto, terminó encelado en la muleta de Emilio gracias a que nunca se la quitó del morro, le tocó con la voz y le tapó la salida con las telas para sujetarle y mantenerlo en la lucha. Así, cerca de las tablas, terminó pasándolo poderoso con ambas manos entre el clamor general. Sin embargo, la espada se negó a entrar.
La tarde se embaló pronto, pues a la muerte del tercero ya dos toreros se habían asegurado la puerta grande. Javier Cortés no se quiso quedar atrás y, si bien al tercero le faltó fuerza, le sobró clase para que el madrileño apostara sin dudar. Ya con el capote había dejado una media verónica sensacional y un quite por tafalleras que llamó la atención de todos. Pero con la muleta, tras ver que el toro dobló las manos un par de veces, supo dosificar la medida justa, tandas cortas, de tres o cuatro muletazos, a cada cual mejor, y sitio, mucho sitio. El toro se afianzó y Javier se hizo más grande. Una serie de rechazos lentos y delicados sirvieron de colofón. También pudo pasear algún trofeo más del sexto, que resultó ser el menos potable de la corrida, porque nunca se terminó de entregar y se desentendía de las suertes nada más llegar al embroque. Aun así, Cortés le obligó a pasar estirando los viajes cada vez cada vez más y llevándolo lo más toreado posible, hasta que lo metió en el canasto al tiempo que conectó con el tendido, pero el toro tardó en doblar y todo quedó en una clamorosa ovación.
Así las cosas, Cayetano, que se había ido de vacío con el primero, lo apostó todo al cuarto, un toro noble, con muchísima clase y con más duración al que cuajó desde el comienzo con el capote. Pero es que, con la muleta, Cayetano clavó las zapatillas, se encajó en los riñones y toreó relajado, muy despacio, dibujando muletazos muy largos, muy cadenciosos y delicados. Además, lo mató muy bien. Lo cierto es que con el primero ya había demostrado estar en plena forma, pues el toro no fue fácil, ya que se venció con peligro por el pitón derecho, por donde el torero se plantó con firmeza para no dejarse ganar la pelea, y por el izquierdo, por donde sí le permitió estirarse con gusto, se paró pronto. No obstante, los naturales que dejó fueron lo suficientemente buenos como para que la corrida apuntara el éxito que finalmente fue para todos.
FICHA:
Nava de la Asunción, tarde soleada. Tres cuartos del aforo permitido.
Seis toros de Antonio Bañuelos, correctos en su pareja presencia. Nobles y de buen juego en general.
Cayetano (celeste y azabache): ovación tras aviso y dos orejas tras aviso.
Emilio de Justo (grana y oro): dos orejas y ovación.
Javier Cortés (obispo y oro): dos orejas y ovación tras aviso.
Los tres toreros salieron a hombros.
Fotogalería: Víctor Luengo / Loyjor